¿Cómo se va a morir Gabo Ferro?

Hace pocos días recibíamos la inesperada noticia que nos partió como un rayo y nos dejó descolocados, haciéndonos esta pregunta sin respuesta. Desde Sin Pantalla, celebramos su obra.

Por Federico Pazos.

Gabo Ferro fue un artista del Renacimiento que en 2012, en la canción que abre La primera noche del fantasma, su disco capital, describió premonitoriamente y con un lirismo inspirado, la sensación imperante en este 2020 de terror que se lo llevó a otro plano de la existencia, frente a la estupefacción de todos los que admirábamos su obra, que felizmente somos muchos: “(…) un cansancio sin inspiración, una puesta de sol en el oído, los dos ojos dormidos siempre”.

Nació en el barrio porteño de Mataderos en 1964. Inequívocamente escorpiano, fue capaz de dejar el micrófono en el piso durante un concierto de su banda Porco en el Bauen, y abandonar la música para los próximos diez años y dedicarse a estudiar Historia, experiencia que se refleja en su obra solista, a través de la obsesión por los recuerdos, el olvido y la memoria. “En el recuerdo se canta una canción que es en plural, pero el olvido canta en singular”.


Su reflejo es el lobo del hombre es su último disco, publicado en 2019

Su voz tan particular, una rareza en la música popular, volvió a ser registrada en el año 2005, cuando atraído por la autogestión discográfica de Azione Artegianale, el sello de Ariel Minimal y su grupo Pez, compañeros de fechas subterráneas en los 90, grabó Canciones que un hombre no debería cantar, un sólido debut en solitario financiado por Vicente Luy, poeta maldito y aventurero intempestivo.

Verlo en vivo era una experiencia digna de ser vivida, una dimensión que completaba a su ser artístico. Salvo algunas excepciones, como el concierto junto al grupo de cuerdas que lo acompañó en el registro en vivo con canciones inéditas que conformaron Amar, temer, partir en 2008, Gabo se presentaba solo con su guitarra, incluso a veces sin necesidad de amplificación. Desde la mayor difusión que obtuvo gracias a la telenovela La leona en 2016, acostumbraba presentarse en bonitos espacios de implacable acústica y considerable convocatoria, como los teatros porteños ND/Ateneo o Margarita Xirgu. Pero por más buen sonido que tengan los reductos en los que tocaba, era la capacidad envolvente de su voz, punta de lanza de interpretaciones verdaderamente performáticas de sus piezas, la que hacía de la “experiencia Gabo” algo arrollador y sensible a la vez.


Con «La silla de pensar», en 2016, supo hacer poesía sobre un momento de mucha desesperanza social.

Durante los tortuosos años macristas, cuando se hablaba de inversiones que algún día llegarían mientras se contraía el ciclo de deuda pública más grande de nuestra historia, y la militancia política pasaba a ser parangonada sin eufemismos con la basura por parte de los funcionarios de ese gobierno, los conciertos de Gabo constituyeron, junto con un puñado de expresiones culturales cercanas, verdaderos puntos de resistencia, espacios en los que empezó a sonar el clamor popular del “vamos a volver” que sorprendía en ese entonces por su unanimidad. Esos fueron los años de El lapsus del jinete ciego (2016), una exhortación a la voluntad en el medio de la tormenta.

Gabo grabó cuatro discos en colaboración que significan, en el tejido de su obra,  aproximaciones a sensibilidades diferentes pero perfectamente armónicas con las del trovador, cuyas formas poéticas y musicales terminan resultando acordes al resto de sus obras. Una verdadera joyita, única placa que no está en el católogo del artista en la plataforma Spotify, es El hambre y las ganas de comer (2010), compuesto junto al enorme escritor avellanedense Pablo Ramos; una obra de mayor popularidad fue El veneno de los milagros (2014) en colaboración con Luciana Jury, un hermoso ejemplo en el que el recurso del contrapunto vocal resulta muy bien aprovechado; en 2017 editó El agua del espejo, acompañado por el piano de Juan Carlos Tolosa. Se trata de un disco de reversiones de algunos clásicos pasados de su repertorio, que en su momento fue entendido como un repaso de mediotiempo; la última empresa en conjunto fue el oscuro Historias de pescadores y ladrones de la pampa argentina, que en 2018 grabó con Sergio Chotsourian, líder de Natas. Es un disco espinoso y rural, rodeado de vegetación y de malevos sin papeleta de conchabo.

Además de su obra musical y poética, Gabo Ferro desplegó su profesión de historiador con una obra sobre el período rosista.

La cuestión de género fue otra de sus preocupaciones sociales plasmadas en su obra artística. Desde la entrañable “El amigo de mi padre” en su disco debut, hasta la picaresca “Cuando el amor no entra”, que logra una analogía hiperlúcida entre la actividad sexual y las condiciones del amor (si es que existen), Ferro no dudó en poner el cuerpo en innumerables conciertos organizados por causas como el reclamo por aborto legal, seguro y gratuito. Hondo para describir las diatribas de nuestras vidas surcadas por las miradas de los otros, pero también para dar con la palabra precisa para captar atmósferas sociales determinadas, la obra de Gabo Ferro seguirá resignificandose y sorprendiendo a las generaciones venideras como lo que realmente es: un ejercicio hondo y lúdico, un compartir belleza en un mundo tan rico y tan pobre. Una invitación a ser mejores.

Deja un comentario